Para mí, Ischia es sencillamente el lugar más hermoso del mundo. Un lugar del alma capaz, al mismo tiempo, de abrir el telón sobre paisajes del alma y en el alma. Es el lugar donde el mar no aísla, sino que protege. Es una revelación continua de belleza de la que todos deberíamos ser custodios y embajadores.
Es un baúl azul que se convierte en un cofre del tesoro de continuos e incesantes descubrimientos de sorprendentes maravillas humanas.
Aquí te encuentras por casualidad con Michele que -apenas conociéndote- te detiene en la calle y, leyendo en tus ojos la pasión devoradora por el lugar, se empeña en regalarte un libro sobre la Iglesia del Espíritu Santo, que revela el tesoro de cooperación y cohesión social entre los marineros del Borgo di Celsa que, desde el siglo XV, compartieron el arte del mar, sus fortunas y dones salados, haciendo de él, en parte, un fondo común, anticipando los valores de la solidaridad social y la igualdad al dedicarse al rescate de esclavos, la ayuda con las dotes de las doncellas que iban a casarse, la asistencia sanitaria a los menos pudientes y la demolición de las desigualdades.
Sólo en Ponte está la librería Barbara, donde -incluso en febrero, a las diez de la noche, cuando está aún más oscuro y el mar ha reclamado su espacio vital en la plaza, dejando collares de algas saladas de regalo- encuentras un faro encendido en tu ventisca personal y una cálida taza de palabras que te hacen sentir más en casa que en casa. Así, aunque te sientas solo como un sollozo, ves una estrella caída en una silla para compartir tu compañía.
Sólo aquí hay miríadas de caminos culturales donde te encuentras con Antonietta que te da, en consejo, libros que te alimentan, como el pan, de un pensamiento que sabe pensar para ser saboreado en miles de dulces paradas sobre rocas en movimiento; y de nuevo Lello que, con el aroma de un café, te simplifica la complejidad de la teología.
Deambulando por las calles laterales, uno se topa con la algarabía vocal de una paranza de pescadores de ideas, capitaneados por Raffaele Mirelli, un comandante que, con su tripulación, pesca cada año las perlas de un festival de filosofía asombroso, fabuloso, mágico. Y luego a Marco que capta, en el final, belleza e imágenes.
Sólo aquí, el 25 de diciembre, mientras te das un baño en el Maronti y reflexionas sobre la temperatura de tu locura, ves pasar a Alberto en canoa e intercambiáis, entre las olas engalanadas, felicitaciones navideñas, descubriendo que, en esta isla, no sólo existe la relatividad del tiempo sino también la relatividad meteorológica del tiempo que enloquece de alegría y, sólo si estás tan enamorado como para creerlo, te hace sentir el día de la asunción .
Sólo en este lugar existe un Castillo vivo, habitado por Ángeles, que te hacen descubrir que, en el lugar más bello del Mundo (Ischia), existe el lugar más bello (el Castillo Aragonés). Y de nuevo cuando te encuentras con gente que te ofrece, en una bandeja de terraza, los atardeceres más bellos que tus cansados ojos hayan visto jamás: los de la terraza de Miguel Ángel que te agarran el corazón en un puño y sólo te lo devuelve la luna cuando el sol se despide dejándolo. Ischia, si la amas de verdad, te vive, se deja vivir y, si la necesitas, te devuelve a la vida, te llama y te responde, te ata y te libera, te obliga, en un hechizo de belleza, a quedarte allí todo el tiempo que puedas, haciéndote un lugar en el Mundo donde nunca estás solo.
Puede que sea iconoclasta, pero si tuviera que imaginarme el cielo, me lo imaginaría aquí.